A todos los que celebran la Gloria de Dios
Muy queridos amigos:
Mantenemos esta saludable verdad: que los pueblos de la tierra siempre han sido recordados por su Dios. En cada época de la historia, esa Realidad incognoscible ha abierto las puertas de la merced al mundo, enviando a un Emisario encargado de proporcionar el estímulo moral y espiritual que los seres humanos necesitan para cooperar y avanzar. Muchos de los nombres de estas grandes Luces para la humanidad han quedado en el olvido. Pero algunos brillan en los anales del pasado por haber revolucionado el pensamiento, haber liberado caudales de conocimiento e inspirado el nacimiento de civilizaciones, y Sus nombres continúan siendo honrados y alabados. Cada uno de estos visionarios espirituales y sociales, espejos inmaculados de virtud, propusieron enseñanzas y verdades que respondían a las necesidades apremiantes de la época. Conforme el mundo se enfrenta ahora a sus desafíos más acuciantes, aclamamos a Bahá’u’lláh, nacido hace doscientos años, como una de estas Figuras; de hecho, como Aquel cuyas enseñanzas darán paso a ese tiempo largamente prometido en el que toda la humanidad convivirá en paz y unidad.
Desde Su juventud temprana, quienes conocieron a Bahá’u’lláh consideraron que llevaba el sello del destino. Dotado de un carácter santo y una sabiduría poco común, parecía haber sido tocado por la gentil luz del cielo. Sin embargo, se hizo que soportara cuarenta años de sufrimiento, incluidos exilios y encarcelamientos sucesivos por decreto de dos monarcas despóticos, campañas para difamar Su nombre y condenar a Sus seguidores, violencia contra Su Persona, y atentados vergonzosos contra Su vida; todo lo cual, debido a un amor ilimitado por la humanidad, soportó voluntariamente, con paciencia y semblante resplandeciente, y compasión por Sus castigadores. Ni siquiera la expropiación de todas Sus pertenencias terrenales logró perturbarlo. Un observador podría preguntarse por qué un Ser cuyo amor por los demás era tan completo tenía que haberse convertido en el blanco de semejante hostilidad, ya que, por lo demás, había sido objeto de alabanza y admiración universales, celebrado por Su benevolencia y altura de miras, y había repudiado toda pretensión de poder político. Por supuesto, para cualquier persona familiarizada con la pauta de la historia, la razón de Sus sufrimientos es inconfundible. La aparición de una Figura profética en el mundo ha dado lugar, invariablemente, a una oposición feroz por parte de los que ejercen el poder. Pero la luz de la verdad no será extinguida. Y así, en las vidas de estos Seres trascendentes uno encuentra sacrificio, heroísmo y, bajo cualquier circunstancia, hechos que ejemplifican Sus palabras. Lo mismo se evidencia en cada fase de la vida de Bahá’u’lláh. A pesar de todas las penurias, nunca fue silenciado y Sus palabras mantuvieron su imperiosa potencia: palabras habladas con la voz de una percepción profunda, diagnosticando los males del mundo y prescribiendo el remedio; palabras que llevan el peso de la justicia, advirtiendo a los reyes y a los gobernantes sobre las fuerzas que finalmente los derribarían de sus tronos; palabras que dejan al alma en alto, sobrecogida y transformada, decidida a liberarse de los espinos y abrojos del interés propio; y palabras que son claras, deslumbrantes y enfáticas: «Esto no procede de Mí, sino de Dios.» ¿No podría uno preguntarse, al considerar una vida semejante: si esto no es de Dios, qué es de Dios?
Los Educadores perfectos que, a lo largo de la historia, trajeron luz al mundo dejaron un legado de palabras sagradas. Dentro de las palabras que brotaron como un río de la pluma de Bahá’u’lláh, hay dádivas de una variedad inmensa y un carácter sublime. Con frecuencia, quien se encuentra con Su Revelación responde primero a las oraciones de excepcional belleza que satisfacen el anhelo del alma de adorar adecuadamente a su Hacedor. Más profundo en el océano de Sus palabras se descubren las leyes e imperativos morales para liberar al espíritu humano de la tiranía de instintos mundanos que son indignos de su verdadera vocación. Aquí se descubren, asimismo, ideales eternos a cuya luz los padres pueden educar a sus hijos no simplemente a su propia semejanza sino con aspiraciones más elevadas. También hay explicaciones que revelan la mano de Dios interviniendo en la historia del viaje tortuoso de la humanidad a través de las etapas de tribu y nación hacia formas más elevadas de unidad. Las diversas religiones del mundo se muestran como expresiones de una única verdad subyacente, relacionadas unas a otras por un origen común, y también por un propósito común: transformar la vida interior y las condiciones externas de la humanidad. Las enseñanzas de Bahá’u’lláh dan testimonio de la nobleza del espíritu humano. La sociedad que Él contempla es una sociedad digna de esa nobleza y fundada sobre principios que la protegen y refuerzan. La unidad de la familia humana la sitúa en el núcleo de la vida colectiva; la igualdad de las mujeres y los hombres la declara de manera inequívoca. Reconcilia las fuerzas aparentemente contrarias de nuestra propia era: ciencia y religión, unidad y diversidad, libertad y orden, derechos individuales y responsabilidades sociales. Y entre Sus dádivas más valiosas está la justicia, manifiesta en instituciones cuya inquietud es el progreso y el desarrollo de todos los pueblos. En Sus propias palabras, Él ha «borrado de las páginas del santo Libro de Dios todo cuanto ha sido causa de lucha, desorden y daño entre los hijos de los hombres» y simultáneamente «sentado los requisitos esenciales de la concordia, del entendimiento, y de la unidad completa y perdurable.» ¿No podría uno preguntarse cuál sería la respuesta adecuada a tales dádivas?
«Es el deber de todo buscador moverse y luchar por alcanzar las riberas de este océano», declara Bahá’u’lláh. Las enseñanzas espirituales traídas por sucesivos Mensajeros a través de los siglos quedaron expresadas en sistemas religiosos que, con el tiempo, se han mezclado con aspectos de la cultura y se han sobrecargado con dogmas creados por el hombre. Pero mirando más allá de éstos se hace evidente que las enseñanzas originales son la fuente de los valores universales mediante los cuales diversos pueblos han encontrado una causa común y que han dado forma a la conciencia moral de la humanidad. En la sociedad contemporánea, el prestigio de la religión ha sufrido mucho, y es comprensible que así sea. Si en nombre de la religión se promueve el odio y la lucha, es mejor prescindir de ella. Sin embargo, la verdadera religión puede conocerse por sus frutos: su capacidad de inspirar, de transformar, de unir, de fomentar la paz y la prosperidad. Está en armonía con el pensamiento racional. Y es esencial para el progreso social. La Fe de Bahá’u’lláh cultiva en el individuo y en la comunidad la disciplina de actuar a la luz de la reflexión, y de este modo se van acumulando paulatinamente percepciones sobre maneras efectivas de trabajar para el mejoramiento de la sociedad. Bahá’u’lláh condena los intentos de cambio social a través de la intriga política, la sedición, la difamación de determinados grupos o el conflicto abierto, ya que éstos simplemente perpetúan los procesos de lucha mientras siguen evadiéndose las soluciones duraderas. Él defiende instrumentos de carácter muy distinto. Pide buenas acciones, palabras amables y un comportamiento recto; prescribe el servicio a los demás y la acción colaborativa. Y convoca a todos los miembros de la raza humana a la tarea de construir una civilización mundial fundada en las enseñanzas divinas. ¿No podría uno preguntarse, contemplando la amplitud de Su visión, sobre qué fundamentos sino éstos construirá la humanidad la esperanza para el futuro, de manera realista?
En todos los países, quienes se han sentido atraídos por el mensaje de Bahá’u’lláh y están comprometidos con Su visión están aprendiendo de manera sistemática a dar cumplimiento a Sus enseñanzas. Contingentes de jóvenes están tomando cada vez mayor consciencia de su identidad espiritual y dirigiendo sus energías hacia el progreso de sus sociedades. Personas con perspectivas divergentes están descubriendo cómo sustituir la controversia y la imposición de la autoridad por la consulta y la búsqueda colectiva de soluciones. Procedentes de cada raza, religión, nacionalidad y clase, las almas se están unificando en torno a una visión de la humanidad como un solo pueblo y de la tierra como un solo país. Muchos de los que han sufrido durante mucho tiempo están encontrando su propia voz y convirtiéndose en protagonistas de su propio desarrollo, con iniciativa y fortaleza. De las aldeas, barrios, pueblos y ciudades surgen instituciones, comunidades e individuos dedicados a trabajar conjuntamente por el advenimiento de un mundo unido y próspero que de verdad merezca llamarse el reino de Dios sobre la tierra. En este segundo centenario de la aparición de Bahá’u’lláh, los muchos que forman parte de esta empresa están extendiendo una sencilla invitación a quienes tienen a su alrededor: aprovechen esta oportunidad para descubrir quién era Él y qué representa. Pongan a prueba el remedio que Él ha prescrito. Su venida es una prueba fehaciente de que la raza humana, amenazada por numerosos peligros, no ha quedado olvidada. Cuando tantas personas de buena voluntad del mundo entero han suplicado a Dios durante tanto tiempo por una respuesta a los problemas que les aquejan en su patria común ¿tan sorprendente es que Él haya respondido a su plegaria?